El sistema democrático está muy por debajo de mínimos, no cumple su función principal: proveer la democracia. Cada vez somos más ciudadanos y ciudadanas los que exclamamos que el sistema que nos contiene no es una democracia ya que quien cuenta no es el pueblo, sino una minoría de “aristócratas”, esta vez no de la nobleza, sino del dinero. Los actuales títulos aristocráticos no tienen que ver con cohortes, ducados o condados, sino con presidencias, consejos de grandes instituciones financieras y lugares de privilegio en las instituciones políticas y económicas globales.
La tibia y vigilada democracia en el Estado español, supeditada a la aceptación de la Monarquía parlamentaria sí, o sí, y controlada por su oligarquía financiera, se ha quitado la máscara coincidiendo con el baile de máscaras de los escenarios políticos globales, donde siempre prevalece la falsedad aristocrática del Poder desnudo, el del dinero.
Pasar del Estado de naturaleza al Estado social fue necesario para vehicular los valores humanos y para ello nadie hasta el momento ha inventado nada que supere al contrato social. Este contrato social no podía ser de otra forma que entre iguales, iguales en sustancia, iguales en derechos, iguales ante las oportunidades, iguales ante la ley. Solo de este hecho igualitario podía emerger en la comunidad un sentido de pertenencia necesario para que la política alcanzara sus mejores logros. Ser súbdito se asocia hoy a épocas pasadas en las que la libertad solo se alcanzaba por cuna y no por ciudadanía y donde el cetro que investía al monarca tenía atributos divinos.
Para que este contrato social tomara carta de naturaleza hubo que elevarlo a la categoría de ley y proclamar la igualdad de todos los integrantes de la comunidad política ante ella. ¿Qué si no podría merecer nuestro respeto y nuestra colaboración? Esta es la base de las repúblicas modernas, de las constituciones Francesa y Americana a finales del S. XVIII.
Los valores republicanos impregnaron, en su origen, las primeras constituciones democráticas modernas, las de las democracias llamadas representativas. La tradición republicana, que en su acepción de izquierda tiene su mejor valedor en “El contrato social” de J. J Rousseau, tiene como valor fundamental la estabilidad de la “polis”, estabilidad que solo puede generarse de la libre aceptación del contrato político y social por parte de la gran parte de la ciudadanía. Esta aceptación solo puede darse mediante unas condiciones del pacto sistémico y legal en donde el principio supremo que guíe la acción política sea el bien común, y en donde el principio de autoridad esté fundamentado y complementado con la libre aceptación del contrato y en la participación de todos en la acción democrática y en los beneficios de ella derivados.
Los valores proclamados de la República fueron, libertad, igualdad y fraternidad; valores necesarios para la cohesión y estabilidad de la comunidad política. Estos valores republicanos iban a reforzar la democracia representativa y su sistema político, generando sentido de pertenencia a una comunidad en derechos y en deberes. Sin embargo la deriva democrática hace siglos dejó de representar estos valores y ello debido a que los valores individualistas fueron desplazando a los colectivos. Estos valores individualistas que es innegable, que al igual que los colectivos pueden generarse, albergarse y eclosionar en el ser humano – de ambas tendencias la historia nos ofrece episodios – fueron despertados por el liberalismo decimonónico, mediante su marco sociopolítico de competencia entre individuos, e intereses de facciones y banderas. El escenario político, en la visión liberal, no apelaba a la comunidad sino a la individualidad y a las facciones; no promovía la colaboración, sino a la competencia. En estas circunstancias ¿Cómo promover una comunidad política estable y cohesionada?
En la comunidad sistémica democrática los valores republicanos se fueron debilitando y sustituyendo por otros tres valores que predominan en las sociedades actuales, Individualismo posesivo, competitividad y consumo irresponsable. Atrás quedó el sentido del bien común, cada uno busca en el mercado competitivo su propio bien, muchas veces en contra del bien ajeno o colectivo y de la sostenibilidad del planeta.
La lucha emancipadora de los sectores y las clases desfavorecidas y oprimidas en el sistema liberal-capitalista, consiguieron avances importantes durante el S. XIX y XX, avances que, no debemos olvidar sufrieron la mayor regresión de la historia de forma plebiscitaria en 1933 con Adolf Hitler. Esto debe de hacernos pensar que la democracia, entendida como gobierno del pueblo elegido en sufragio, si no va acompañada de valores republicanos, puede justificar las formas políticas más monstruosas. La democracia, como muchos autores de la democracia han señalado no se justifica únicamente en sus procedimientos, sino que también ha de ser democracia sustancial basada en logros sociales y valores humanos.
La reconsideración del contrato social dio sus mejores frutos después de la Segunda Gran Guerra, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con el denominado Estado social y democrático de derecho. Es la vuelta del liberalismo como doctrina económica y su prevalencia mundial desde hace más de 3 décadas lo que ha constituido de nuevo la regresión económica, social y de legitimidad política actual.
El capitalismo denominado “De rostro humano” o social-democracia, responde al pacto social de post-guerra y vino a significar en el mundo desarrollado 3 décadas continuadas de estabilidad política y social. La vuelta al fundamentalismo del mercado o capitalista se da y se justifica de la mano de las teorías del re-nacido liberalismo, el neoliberalismo. Éste ha conseguido derribar los valores democráticos republicanos y por lo tanto acabar con la estabilidad y cohesión política y social, al mismo tiempo que ha secuestrado a la democracia.
Las formas políticas actuales, con la globalización financiera, son fundamentalmente no democráticas. Esto es patente por el hecho de que las instituciones financieras internacionales (BM, FMI, OMC) y organismos de gobernanza global como el G-20, o regional como el Consejo Europeo, no siendo elegidos por la ciudadanía, constituyen hoy los auténticos centros decisorios en la globalización. El problema añadido es que todos estos organismos de gobernanza adoptan las doctrinas neoliberales como las únicas posibles, y ello en perjuicio de los sistemas democráticos de los Estados-nación y de los pueblos.
La gran brecha social que se da en los Estados entre las clases altas y las bajas, no puede generar cohesión social ni sentido de pertenencia y ciudadanía y esto corroe continuamente los pilares democráticos. Pero tampoco la brecha global entre países ricos y países pobres puede hacerlo, en esta globalización marcadamente desigual e injusta.
Sin embargo en nuestro país, España, seguimos manteniendo vestigios pre-modernos y arcaicos como una monarquía, que a pesar de ser constitucional y expresar que quiere ser de todos los españoles, se alinea con la gran Banca, se permite el lujo de pertenecer al Club de poder global de Bildelberg o monta la recepción y la foto oficial de todos los poderes corporativos de este país con los reyes en El Palacio Real.
Nó, ya no debemos mantener formas pre-democráticas como la monarquía. Una monarquía que en su esencia significa estatus y que tiene prerrogativas que no se pueden equiparar a las del resto de sus “mortales” súbditos. La ley ya no puede mantener el privilegio de herencia, ni albergar poderes no elegidos. La democracia ha de supeditarse al contrato social efectivo, a la estabilidad de la polis, a los valores y la cultura republicana y al bien común.
La democracia será republicana o no será y ello a escala local y global, y la ciudadanía ha de presionar para que se constituyan poderes democráticos, republicanos y sociales a distintos niveles. Ese es el reto de nuestro siglo, esa nuestra lucha.
¡ Un referendum y un nuevo periodo constituyente son necesarios !
¡VIVA LA DEMOCRACIA REPUBLICANA!
Fuente: ATTAC
lunes, 2 de enero de 2012
La urgente y necesaria prioridad: La república del bien común
9:00
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