Cuando Manuel Azaña dijo aquello de "desenterrar a los muertos es pasión nacional", no podía hacerse una idea de lo necesitados que íbamos a estar de mirarnos al espejo más de 70 años después para entender el rastro de cadáveres que habíamos dejado. Una vez superado el pacto de silencio de los años de la Transición,   sólo roto gracias a los trabajos de los historiadores que se  encontraron con las puertas de casi todos los archivos abiertas de par  en par para datar la Guerra Civil española (a día de hoy continúan  callados varios archivos históricos militares), el mercado editorial ha encontrado en la última década un filón inagotable para la novela.
El pasado viernes por la noche, cuando Eduardo Mendoza ofreció sus primeras palabras sobre Riña de gatos. Madrid 1936, novela ganadora del Premio Planeta,  apuntó que su interés por este acontecimiento histórico siempre estuvo  ahí, que es un asunto al que su generación está amarrado. "Que se  escriba sobre la Guerra Civil significa que todavía estamos tratando de asimilar aquello.  Nunca se me ocurrió tratarlo literariamente hasta que me pregunté por  qué no", explica de su novela, que trata un tiempo de espionaje,  alianzas y conspiraciones a favor del golpe de Estado del 18 de julio de  1936.
A pesar de que Mendoza aclaró que su novela tiene un gran trabajo de  documentación de los complots de pasillo de aquellos días, su  tratamiento narrativo ha sido desde "el pellejo de los personajes". El  autor de La ciudad de los prodigios entra por primera vez en su  carrera a tratar el desarrollo de los días previos al acontecimiento,  en una novela que pone la lupa en una galería de maravillosos personajes  secundarios. Aparecen lavanderas, prostitutas, chulos, con sus dejes y  sus guiños castizos, con su testimonio anónimo y ajeno a la gran  narración histórica.  
"Todo el mundo tiene un abuelo con unas memorias estupendas",  aclara Carmen Esteban, directora editorial de Crítica, para constatar  un aparente agotamiento de los estudios parciales y ensayos específicos  del tema. "Es la hora de los testimonios, hay muchísimos y no paran de  llegar", explica. Avisa de que esta tendencia no va a saturarse, sino a  reproducirse el año que viene, porque se aprovechará editorialmente para  recordar el 75 aniversario del golpe de Estado de Franco, "y se  producirá otra nueva avalancha".
La editora de Violencia roja y azul,  de Francisco Espinosa, dice que en cuanto a testimonios todavía hay un  acontecimiento que supera en interés a la guerra española, la II Guerra  Mundial. Después de todas las ofertas de publicación que le han llegado,  Carmen Esteban Bromea con el asunto, porque el búnker de Hitler debió  de ser uno de los lugares más visitados en los últimos días del Berlín  nazi: "Lo último que he recibido es el testimonio de una mujer que era  dentista y llevó durante seis días la dentadura del führer en el  bolsillo".   
Tal y como advirtió Faulkner en una de sus más famosas citas, "el pasado no está pasado",  y en nuestro caso hay mucho que remover para encontrar una versión  diferente a la que nos ofreció la Transición. Como explicaba Almudena  Grandes en Rota, un año antes de publicar Inés y la alegría (Tusquets), "30 años después, aquella versión no es satisfactoria para las nuevas generaciones".
La épica irresistible
La  escritora se refiere a los lectores más jóvenes, a los que quiere  llegar con esta serie de historias dedicadas a "gente pequeña" con  conciencia de que se estaba jugando la libertad del mundo. Reclama para  ellos en las novelas "la épica de luchar por los ideales, porque han  sido privados de la épica que les corresponde, incluso en los propios  libros de texto. Y es una épica irresistible".
La combinación entre realidad y seres anónimos parece uno de los  mejores ganchos de lectura en la actualidad. Isaac Rosa, autor de El vano ayer y ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!  (ambas en Seix Barral) cree que en ese interés de los narradores por  hacer ficción a partir de la realidad, "la Guerra Civil es un filón  inagotable de pequeñas historias reales, cada una de las cuales  merecería una novela". 
Además, añade que este interés por lo  pequeño tiene que ver con la "desconfianza posmoderna" hacia las grandes  narraciones con afán totalizador: "Hoy nadie tiene valor (ni tal vez  capacidad) para emprender una gran novela de la guerra".
Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina (Tusquets), galardonado hace una semana con el Premio Nacional de Narrativa por la novela sobre el 23-F Anatomía de un instante (Mondadori), explica a Público que hay muchas razones para volver insistentemente a este episodio bélico: "Una de ellas es que la guerra es tal vez la única posibilidad de relato épico que tenemos. O al menos la gran posibilidad".
La verdad en lo pequeño
Para Antonio Muñoz Molina, autor de La noche de los tiempos  (Seix Barral), "las pequeñas historias son las que dan más de sí en los  relatos de ficción, porque son las que afectan a las vidas humanas  corrientes". El escritor, que pintó la vida de los españo-les durante la  Segunda República con su última novela, señala al historiador Ronald  Frazer como ejemplo de historia oral de la guerra que trabaja desde el  testimonio privado.
El editor Malcolm Otero (Barril & Barral) asegura que el  acercamiento a la historia personal es una manera mucho "más humana y  sensata de narrar. Lo contrario es demasiado impersonal", dice. "Enterrar a los muertos  (Seix Barral), de Ignacio Martínez de Pisón, es un claro ejemplo de un  grandísimo libro con una pequeña historia de la guerra". Precisamente,  para el autor de esta novela esta es una tendencia que "no afecta sólo a  la Guerra Civil, sino a la Historia en general". 
La narración desde lo más pequeño para contar lo más grande es una cuestión estética con consecuencias políticas y morales. Andrés Tra-piello, autor de Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil 1936-1939 (Destino),  tiene una particular visión: "La retórica prefiere los grandes  formatos. La gente tiene la fantasía de mentir a lo grande, y se olvida  de que la verdad suele perdurar en lo pequeño". 
El eco del trauma
El  final del olvido marcha a buen ritmo. Desde las primeras crónicas al  lugar que ha ocupado la ficción en el centro del discurso sobre la  batalla, la memoria no para de crecer. Y con cada novedad editorial que  se fija en el acontecimiento queda claro tanto que es imposible hacer la  historia definitiva sobre la Guerra Civil como su atractivo imparable.   
"Un trauma tan grave sigue resonando en la memoria a lo largo de  muchas generaciones. Piensa en la guerra civil americana: Alan Gurganus  escribió una novela gigante y magnífica sobre ella a principios de los  noventa, The Last Confederate Widow Tells All, y hace sólo unos años Doctorow publicó La gran marcha (Miscelánea Editorial). ¡Y ha pasado siglo y medio de aquella guerra!", cuenta Antonio Muñoz Molina. 
El editor de Pre-Textos, Manuel Borrás, se fija en el mismo suceso norteamericano para señalar cómo "las secuelas de toda confrontación fratricida no se acaban nunca de restañar".  Más irónico, Malcolm Otero apunta la fascinación por un episodio  nacional como una de las causas: "Si el lector ha tolerado amablemente  centenares de películas sobre un asunto relativamente lejano como  Vietnam, ¿cómo no iba a fascinarse por una guerra fratricida en su país?  Casi todo el mundo tiene una historia, más o menos lejana, de la Guerra  Civil". 
Desde luego, las guerras siempre han sido una rica mina  en materia virgen para el novelista, más si como en este caso se detalla  el pasado del que formamos parte. "Seguramente busca en la ficción  algún sentido, todo lo que no tienen la Historia ni la realidad, pues  eso es lo que nos da la ficción de cualquier género: sentido", cuenta  Trapiello.
Sin embargo, para escritores como Isaac Rosa, el tema  está vivo pero por motivos "extraliterarios". "La memoria histórica es  uno de los grandes temas políticos y sociales de la última década, y eso  se corresponde con una demanda y un interés ciudadanos que no sólo no  decaen, sino que parecen aumentar". No hay saturación, sino  repro-ducción.
Durante la entrega del Premio Planeta, Mendoza habló de la necesidad de recuperar la memoria de la batalla fratricida,  y la editora Carmen Esteban señaló una construcción "en rosa" que nos  vendió la Transición. Hay mucho que aclarar y, para Cercas, "es muy  posible que la distancia temporal sea un factor determinante". 
El autor de Soldados de Salamina estima  que los nietos "teníamos que encontrar una forma de contar todo aquello  y, buena o mala, al parecer la hemos encontrado". "Más que la  distancia, se trata de un relevo generacional. Quienes ahora escriben  sobre la Guerra Civil son los nietos de los que la vivieron, y su punto  de vista tiene necesariamente que ser distinto de los de las  generaciones anteriores: si no imparcial (no se puede ser imparcial en  un asunto así), sí objetivo y, en la medida de lo posible,  desapasionado", es la postura de Martínez de Pisón. "La Guerra Civil es  un capítulo no cerrado de nuestra historia colectiva y, por tanto, sigue  siendo actual", remata.
Pero claro, muchos de los mejores libros sobre la guerra no se han escrito en la última década. Basta recordar A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales, escrito en 1937, o Incierta Gloria, de Joan Sales, de finales de los cincuenta, como apunta Malcolm Otero. "Como demuestra bien Andrés Trapiello en Las armas y las letras, no fue necesaria una distancia respecto a los hechos para trasladarlos a la ficción", según Borrás.
Isaac  Rosa quiere aclarar que la distancia no ha servido para atender con  mayor cuidado el suceso: "No confundamos cantidad con calidad. Ahora se  escribe mucho más que hace 70 años, pero no mejor. Las grandes novelas  canónicas sobre la Guerra Civil las escribieron algunos de sus  protagonistas y pocos años después de acabada. Ahí están Max Aub, Arturo  Barea o Ramón J. Sender para confirmarlo. Ha habido buenas novelas  después, pero no las superan".
Herida y cicatriz
El  tiempo pasa y la ropa sucia no se guarda. Quizás ahora se busque más un  efecto narrativo que un encuentro exhaustivo con los recuerdos, o la  combinación de las dos cosas. Quizás el mercado haya logrado romper con  los tabúes y nos ha obligado a familiarizarnos con la guerra más como un  artefacto literario o como uno de los mejores temas para transformar  una novela en best-seller (María Dueñasy El tiempo entre costuras). No importa: "Al  fin, esta sociedad ha comprendido que hablar de las heridas contribuye a  cicatrizarlas, al tiempo que sólo cuando estaban en buena parte  cicatrizadas ha tenido el valor de hablar", concluye Trapiello.
Hemos crecido, pero no todos por igual, tal y como expone Antonio  Muñoz Molina: "La madurez de una sociedad no implica, por desgracia, la  de la clase política. Lo sabio sería curar las heridas que aún queden  abiertas sin utilizarlas para agravar el encono político". 
Hemos  perdido la memoria de los testimonios directos por no haber trabajado  con ella en los años sesenta y setenta, por haber dejado morir a los  supervivientes. Ahora sólo nos quedan sus papeles escondidos en los  cajones de las mesillas de noche. Pedazos de recuerdos y la libertad de  narrar. Menos testimonios y más mitos. La guerra no ha hecho más que  empezar.
Fuente: Público


17:30









  

2 comentarios:
Hola me gustaria participar en vuestro blog, publicando entradas. He conocido este blog a través de Guille. He participado como coordinador de la Asociacion de Estudiante de Aragon y participo en la pagina de la republica de tuenti.
Soy el administrador del blog tenerhumor.blogspot.com
Gracias por enarbolar desde vuestra juventud la causa republicana.
Me he emocionado al leer este artículo.
Cada historia vivida por los que fueron represaliados por el franquismo serviría para escribir un libro. Es verdad.
Creyeron que el "pasado siniestro" caería en el olvido .Pero se equivocaron.
Estamos los hijos y los nietos de las víctimas para dignificar la memoria de nuestros muertos.
Ni olvido . Ni perdón.
Publicar un comentario
Comente con respeto.