La decisión de Foro y de la Universidad de poner fin al convenio para el estudio de las fosas comunes en el cementerio de El Sucu irrumpe de lleno en múltiples historias personales que se entrelazan al pie del camposanto de Ceares. Algunas de esas historias son ejemplos de coraje, como el de Rafaela Lozana de Córdoba, que logró que la Iglesia intercediera por ella ante el gobierno de Franco para que los restos de su hijo, fusilado por los falangistas, no fueran exhumados y desperdigados por varias fosas.
Rafaela Lozana era una de las numerosas madres y viudas de fusilados por los nacionales que visitaban de manera clandestina la supuesta tumba de sus seres queridos en El Sucu. A escondidas, este grupo de mujeres se desplazaban al camposanto para depositar flores en la fosa. En una de esas ocasiones, las mujeres observaron cómo varios trabajadores, bajo órdenes del gobierno franquista, comenzaban a levantar la fosa y a exhumar huesos. Aquella visión traumatizó a las mujeres, pero no a Rafaela Lozana, que aquel día inició su lucha para que su hijo recibiera cristiana sepultura.
En primer lugar, la mujer se dirigió a las autoridades franquistas, pero sólo recibió falsas promesas. Sin embargo, pronto descubrió que sus reivindicaciones habían sulfurado a las autoridades. En una carta, que dirige al Arzobispo de Palermo, Rafaela Lozano escribe lo siguiente: “Para vengarse de mis gestiones me los desperdigaron (los restos de su hijo) en cinco fosas que han quintuplicado el trabajo de su cuidado”.
Rafaela Lozano, vecina de la calle Cienfuegos, en El Coto, señala en la misma carta que el fusilamiento de su hijo no tuvo tintes políticos, sino personales. El joven fue fusilado en 1938. “Mi hijo era inocente de todos los cargos que le hicieron sus enemigos, que para usurpar su puesto en farmacia, aprovecharon esta contienda en la que las miserias humanas se manifestaron sin prejuicio alguno y sin temor a Dios”, reza el encabezamiento de la carta que en 1960, tras 22 años de lucha, decidió enviar al Arzobispo de Palermo. De hecho, a lo largo de la misiva, Rafaela Lozana se confiesa católica e incluso llega a lamentar la destrucción de cruces en el cementerio de El Sucu.
Carta decisiva Tras 22 años de lucha, Rafaela Lozano, madre de otros diez hijos, y con 84 años, decide apelar al Arzobispo de Palermo a través de una carta a corazón abierto y que en 1991 publicó el Ateneo Obrero en la obra El Paredón: las fosas comunes de El Sucu . El hecho de que varios familiares de Rafaela Lozana por rama paterna fueran prelados y tuvieran buena relación con el Arzobispo de Oviedo por aquella época, Francisco Javier Lauzurica, animó a la mujer a quemar sus naves y apelar a la ayuda de Alessandro Lualdi, Arzobispo de Palemo, que días antes había llamado a la unidad y a la igualdad para las víctimas de ambos bandos en una visita a España. “Sus palabras me hicieron albergar la esperanza de poder recoger algún día los restos de mi hijo”, reza la carta de Rafaela Lozana.
En realidad, Rafaela Lozana no sólo pide que se respete el descanso de su hijo, sino también de los familiares de todas las mujeres que, junto a ella, solían visitar de manera clandestina la fosa de El Sucu, “...que yo, muchas madres más, esposas e hijos podamos tener el consuelo de tener los restos de nuestros familiares más íntimamente para nosotros”, escribe la anciana gijonesa.
Intercesión La emotiva carta de Rafaela Lozana llegó al corazón del Arzobispo de Palermo, que puso en marcha la maquinaria para evitar la exhumación de los restos apilados en la fosa común de El Sucu. El religioso se puso en contacto con las autoridades franquistas a los que logró convencer para detener el levantamiento de la tumba. No sólo eso: también logra que se erija un monumento, pionero en España, en memoria de la lucha del grupo de mujeres que, encabezadas por Rafaela Lozana, pretendían dar cristiana sepultura a sus familiares. Hoy, la propia Rafaela Lozana descansa en una pequeña tumba al lado de la fosa común de El Sucu, junto a los restos de su hijo, fusilado el 8 de enero de 1938.
Mujeres pioneras La lucha de Rafaela Lozana no fue solitaria. En un hecho sin precedentes en el franquismo, varias viudas y madres de fusilados en Gijón remitieron una petición, sustentada con unas veinte firmas, para que el ayuntamiento de Gijón no sólo reconociera la fosa común de El Sucu sino que diera permiso para construir un monumento funerario que dignificara no sólo la lucha de las mujeres sino también la memoria de los caídos en la Guerra Civil, sin distinción de credos políticos.
El documento, fechado el 20 de enero de 1960, puede considerarse el primer vestigio de reivindicación de la Memoria Histórica en Gijón. El alcalde falangista, Cecilio Oliver, aprobó la petición.
Fuente: La voz de Asturias
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