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lunes, 9 de septiembre de 2013

"Este greco me lo regaló Franco"

Finca La Elena en Tandil (Argentina). Verano de 1958. Un adolescente curioso y fascinado por el arte se detuvo delante de un cuadro y preguntó: ¿De verdad este cuadro es un greco?

—Sí, me lo regaló Franco por los servicios prestados a España. Me dijo que estuvo almacenado en el Museo del Prado, pero nunca expuesto. Este cuadro es la garantía de mi pensión.

—¡Nunca había visto un greco!

—No hay que fiarse de los tiranos. Si les haces un favor, es mejor que te lo agradezcan en el momento porque más tarde nunca se acuerdan.

Götz Dyckerhoff tenía 16 años cuando Johannes Bernhardt, general honorario de las SS y hombre clave en el golpe de Estado contra la República y en la victoria franquista, le confesó a él y a su padre la procedencia del cuadro que adornaba el salón de su casa de campo en la finca La Elena de la ciudad bonaerense de Tandil. El nazi se había instalado allí hacia 1952 junto su mujer, Ellen Wiedembrüg, hija del antiguo cónsul alemán en Rosario, y sus tres hijos. Los Bernhardt buscaban la paz y seguridad que habían perdido en Madrid.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el hombre de Goering en España estaba en el ojo del huracán. Los aliados elaboraron en 1947 una lista negra de 104 nazis residentes en España en la que Bernhardt ocupaba el séptimo lugar. Los vencedores pedían su captura y lo definían así: “General de las SS y presidente de Sofindus, institución perteneciente al Estado alemán. Responsable del envío clandestino de suministros a las tropas alemanas cercadas en la zona occidental de Francia durante y tras la liberación de ese país”. Sofindus era un grupo de 350 empresas alemanas en España al servicio de Hitler, un turbio entramado financiero plagado de testaferros españoles de los nazis que el hombre de Goering manejó a su antojo. Franco no entregó a ninguno de los 104.

Walter Dyckerhoff, el padre del chico que se interesó por el supuesto cuadro de El Greco, era un ingeniero alemán que había inventado el cemento blanco y le ofrecieron abrir una fábrica en Buenos Aires. En 1958, toda la familia se trasladó a Argentina y allí intimaron con los Bernhardt. Surgió una amistad que continuó cuando las dos familias regresaron en los años setenta a Alemania.

El joven inquieto por el arte es hoy un químico de 72 años que ha trabajado durante 30 en la industria farmacéutica, vive en Alemania y tiene grabada su visita a la finca La Elena y el enigmático cuadro de uno de sus pintores favoritos: “Las dos cosas que mejor recuerdo de ese viaje a Tandil son aquel cuadro y las paellas que hacían los empleados de la finca. Yo nací con arte, me crie con arte. Mis padres me llevaban desde niño a ver exposiciones, me enseñaban libros y fotografías. Me impresionó ver aquel cuadro. Bernhardt nos contó a mi padre y a mí que al salir de España Franco le dijo que quería hacerle un regalo, que aceptó, pero pidió que fuera transportable. Nos relató que le entregó tres cuadros, dos los había vendido para comprarse la finca en el Tandil, y el tercero, el greco, lo exhibía en su salón. Nos dijo: ‘Lo guardo para mi pensión. Nunca se sabe lo que pasará en Argentina. Si algún día tengo que marcharme”.

Los cuadros no eran el único regalo que Franco había hecho a Bernhardt, un astuto comerciante alemán que el 25 de julio de 1936, a sus 39 años, se entrevistó con Hitler en Bayreuth y le entregó una carta del general español en la que este le pedía auxilio militar. Durante varios años, los Bernhardt disfrutaron de una elegante villa en Dénia de inspiración francesa, otro regalo del régimen. ¿De dónde provenían los cuadros que el hombre de Goering confesó haber recibido de Franco? ¿Eran fondos del Patrimonio Nacional? ¿Habían estado almacenados en el Prado? El greco que impresionó al joven Goetz, ¿era realmente un greco?

Días después del golpe militar, el Gobierno de la República decretó la primera Junta de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico. Esta y otras juntas confiscaron las principales obras de arte públicas y privadas para salvarlas de los bombardeos y de la rapiña. “Todo lo que se evacuó del Prado a Ginebra volvió. Salieron más de 500 obras de los pintores más importantes, pero el Museo del Prado fue también uno de los depósitos de obras confiscadas a instituciones y a particulares, y ese greco pudo haber estado ahí”, señala Arturo Colorado, catedrático de arte y director del congreso Patrimonio, Guerra Civil y Posguerra celebrado en El Prado en 2010. Y añade: “En la posguerra hubo miles de obras que no se devolvieron y que decoraron los despachos de los jerarcas del franquismo. El propio Franco adornó el castillo de Viñuelas, donde vivía, con cuadros que procedían de los depósitos republicanos”. “No me parece imposible que Franco regalara esos cuadros”, apostilla Gabriel Finaldi, subdirector de conservación del Prado. Leticia Ruiz, conservadora del museo y experta en El Greco, opina que “nada es descartable” cuando se habla de este pintor. “Siempre aparecen cosas, pero luego los expertos discutimos la autoría de la obra”. Rebeca Saavedra, doctora en Historia y autora de una reciente tesis sobre el patrimonio artístico durante la Guerra Civil, cree que este supuesto regalo de Franco a su amigo nazi es “factible”. “Muchas obras no volvieron a sus dueños”, asegura.

El historiador Ángel Viñas es quien mejor conoce la historia de Bernhardt y lo entrevistó antes de que este muriera en Alemania en 1980. “Ese regalo es posible, aunque en la relación de Franco con él había admiración y prevención. Le regaló ese cuadro o también puede que Bernhardt se quedara con él. Yo no me creí ni el 90% de lo que me contó”.

El supuesto greco regalado por Franco a Bernhardt es una incógnita, pero no su afición a gratificar a jerarcas nazis con obras de grandes pintores españoles. En 1939 el dictador obsequió a Hitler, pintor frustrado, con tres cuadros de Zuloaga. Dos eran mujeres españolas con trajes típicos, y otro, una escena pastoril.

Götz Dyckerhoff, el adolescente fascinado por aquel misterioso cuadro en la finca La Elena de Tandil, es desde entonces un apasionado de Doménikos Theotokópoulos.

Fuente: El país

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