Pasear por la madrileña Puerta del Sol y tomar un café en una terraza de Recoletos podían ser actividades de riesgo en el Madrid de los 70 para los homosexuales.
Quienes no se resignaban ante el acoso y la persecución policial salían a la calle, pero sin perder de vista los coches que doblaban dos veces la misma esquina ni los furgones policiales. Y es que la tranquilidad del paisaje costumbrista de los gays en la capital no tardaba en enturbiarse. "Te sentabas en la terraza del Café Gijón y siempre dejabas pagada la cerveza por si tenías que salir corriendo", recuerda Enrique García Ruiz (Sevilla, 1953), encarcelado seis veces en Carabanchel por su apariencia de transexual.
"Pasabas por Sol, Recoletos, Gran Vía o Chueca y te detenía la policía secreta solo por tu aspecto; pero nos gustaba ir por esas zonas porque veías gente como tú y te dabas cuenta que no eras extraño", explica. Un punto de encuentro habitual era la terraza del emblemático Café en Recoletos. "Nos quedábamos embelesados viendo a las artistas que por allí paraban". Hasta que la secreta interrumpía el ocio de Enrique y sus amigos. "Un día salimos corriendo y nos cogieron, a los cinco amigos, por la zona del teatro infanta Isabel; allí nos pusieron contra la pared y nos apuntaron con metralletas; desde ahí nos llevaron primero a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, y después a Carabanchel", detalla.
Los delitos que habían cometido Enrique y sus amigos: ser homosexuales y transexuales. Se les aplicaba la Ley de peligrosidad social -que presuponía la amenaza y tenía carácter preventivo- y les ingresaban sin juicios ni garantías procesales.
Las detenciones de Enrique no respondían a ninguna denuncia, sino al criterio de la policía franquista. "Yo salía de trabajar y me iba para mi casa; si iba haciendo amaneramientos era algo innato, no lo podía evitar y eso ya te daba un estigma". En su caso, fue encarcelado seis veces entre 1970 y 1973. Entre su primer y segundo ingreso solo transcurrió una semana. Tenía 17 años y padeció una auténtica persecución que le llevó a trasladarse a Barcelona. "En Madrid, llegó un momento en que no podía vivir".
Hoy en día Enrique vive en el anonimato, es auxiliar geriátrico y se encuentra desempleado. Pero hace tres décadas se labró una reconocida carrera en el mundo del music hall. Tras vivir siete años en la ciudad condal, donde no tuvo ningún encontronazo con la policía, regresó a Madrid convertido en una reconocida vedette. Le dieron un papel en la película Gay Club (Paco España, 1980) y destacó por sus actuaciones en emblemáticos lugares de la noche madrileña como el club del mismo nombre del filme de Paco España -donde fue primera vedette-, Caribiana y Pirandello.
Justificar el maltrato para cobrar la indemnización
Aunque años después y por motivos familiares tuvo que suspender su proceso de hormonarse, por aquel entonces seguía el tratamiento médico y su aspecto era femenino, como atestiguan las fotografías de la prensa de la época. Hace treinta años, Enrique era la famosa artista Elianne y, ahora, el Estado le responde que debe demostrar esa circunstancia de su vida para poder percibir la indemnización que le corresponde por su tiempo en prisión.
Según la Administración, "no queda probado" que sus "arrestos" en Carabanchel se deban a su transexualidad y a la aplicación de la Ley de peligrosidad social. Es decir, el hecho de que Enrique haya sido una reconocida vedette y sus seis estancias (de cinco meses y medio en total) en el Palomar -la quinta galería de la cárcel de Carabanchel, donde se encerraban a homosexuales y transexuales- no son motivos suficientes para que el Estado reconozca el calvario de Enrique y le indemnice por ello.
Este tipo de compensaciones se establecieron en 2009 y, ahora, los Presupuestos Generales del Estado para 2013 imponen un límite temporal para solicitarlas: el 31 de diciembre del año próximo. A Enrique le denegaron la indemnización en 2010, pero se encuentra dentro del plazo para interponer un recurso de revisión aportando nuevas pruebas.
Ahora, con la ayuda de la Fundación 26 de diciembre, está recopilando cuantos documentos prueben que fue su aspecto de transexual lo que propició su encarcelamiento: artículos de ABC, Pueblo e Interviú y fotografías. "No entendemos que la Administración desconozca cómo funcionaba la Ley de peligrosidad social y cómo se aplicaba: te cogían por tu aspecto de gay, por parecerlo y por serlo, y eso lo posibilitaba esta norma, ya que tenía carácter preventivo", apunta Federico Armenteros, de la Fundación 26 de diciembre.
"Han pasado unos 30 años desde la derogación parcial de esta ley pero tenemos que seguir denunciando cómo se sigue machacando a las personas mayores con estos impedimentos", añade Armenteros. "La gente se viene abajo; y ¿cuántas personas habrá que ni sepan hacer todo el papeleo?", se pregunta Enrique.
Persecución y suicidio
Los efectos del presidio por motivos como la opción sexual persisten pasados los años. A Enrique se le humedece la mirada al recordar su primer ingreso en el Palomar. "Nadie avisaba a tu familia de tu detención, pero mi madre me buscó y me encontró en Carabanchel". "Una tarde, el jefe de galería me dijo que tenía una visita; salí y vi a mi madre con mis tres hermanos. Nos quedamos todos llorando". Después de cada periodo, recluido Enrique perdía su trabajo y el estigma le pesaba a la hora de buscar un nuevo empleo.
En su segundo ingreso coincidió con Esmeralda la Francesa, una reconocida transexual que llegó a Madrid desde Francia a pasar unos días y fue detenida y encarcelada. "Su aspecto era el de una mujer alta, de pelo caoba y muy femenina", recuerda Enrique, que vivió el ingreso de la Francesa un día sobre las ocho de la tarde, "la hora en que llegaban los nuevos reclusos". "Llevaba ropa de mujer, le dieron un mono ancho que no marcase sus curvas y la subieron al Palomar".
Esmeralda salió pero volvió a ser detenida y encarcelada una segunda vez, en la que no soportó la presión y se suicidó tirándose desde la quinta galería.
Hoy, Enrique no tira la toalla y saca a relucir "toda la dignidad y el orgullo". Más allá de la cuantía económica que establece la indemnización -y que no repara los años de persecución ni los trabajos perdidos a consecuencia del presidio-, busca "que se reconozca algo que ocurrió en esa época y que no tenía que haber sucedido; yo no era un delincuente, era un trabajador al que pusieron una cruz y estigmatizaron", defiende.
La peor parte del proceso que vivió Enrique fue la aceptación del mismo. "No sabía lo que era una depresión; tan solo lo aceptaba; me metían en la cárcel por maricón y pensaba que era normal que me encarcelaran por eso". Pero ahora Enrique no acepta un no como respuesta y está dispuesto a no parar hasta ver reparada su memoria herida a punta de prejuicios y estigmas sociales.
Fuente: Público
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