Este libro no es una autobiografía", ad-vierte el autor en su primera línea. Lo autobiográfico para él viene a "ligar la reflexión a la condición sintomática de un lugar y de una época". Incongruencias es un ejercicio de memoria. Responde a ese "imperativo de la memoria", cuya necesidad planteaba Adorno hace medio siglo y que sigue siendo tan indispensable hoy. Memoria no es mero recuerdo, sino actualización del pasado, no algo pasivo, sino el acto de traer el pasado al presente. Pereña nos trae al presente un pasado, cuyo valor sintomático trata de borrarse y emborronarse.
Unido, desde niño, en vínculo secreto a los perdedores, pese a nacer en un medio rural conservador y crecer en un seminario, Pereña reflexiona sobre la experiencia del español que logró sustraer su conciencia al embrutecimiento de los años del franquismo: la expe-riencia de la pobreza, de la represión, del miedo y la obediencia forzada, de la indignidad que saturaba toda la vida social por así decir; la experiencia de la lucha antifranquista, una lucha moral por lo desesperada; también de la cárcel y de la tortura. Luego, muerto en la cama el dictador, la experiencia de la Transición, que, a cambio de sustituir la arbitrariedad y las brutalidades de la dictadura por las formas democráticas, aseguró la desmovilización social y la despolitización necesarias para la continuidad del sistema de dominación; el pragmatismo de los gobiernos de Felipe González; el retorno del franquismo y el Gobierno sin complejos de la derecha, con Aznar; el acceso de Zapatero al poder, que desencadena el temor de que se pusieran en riesgo las componendas de la Transición; su inmediata deslegitimación y acoso...
Una experiencia donde la identidad del autor no es esencial (aunque indispensable, porque tiene que haber sujeto para que haya experiencia), "lo personal no tiene (aquí) la menor importancia", dice el autor. Pero experiencia en la que pueden reconocerse muchos españoles, no sólo de su generación, sino también de las que han sucedido, porque la España actual conserva las huellas de la miseria material, ideológica y moral sobre la que se ha construido. España nunca se ha recuperado de la aniquilación de la sensibilidad social que el franquismo perpetró, del miedo y la sumisión al poder que implantó en las conciencias. En los cimientos de su edificación, que tan luminosa parecía a muchos, continúan estando los escombros, el basu-rero, y lo que es peor, el cementerio. Los cadáveres sepultados en las cunetas son una metáfora de nuestro país.
El golpe brutal de lo cotidiano
Sin contar nada extraordinario, sólo las pequeñas cosas de una vida como otras, la potencia de las evocaciones en su libro es tal que golpea al lector y su reflexión es tan acerada que corta de raíz la impostura ideológica que las haría soportables.
Empeñado en vivir, a pesar de todo, el autor habla de una vida de desarraigo, de resistencia, marginal y, podríamos decir, subterránea; pero no desde luego de resignación, sino de resistencia obstinada, porque lo menos que puede uno hacer si conserva la dignidad es oponerse, aunque sea sin esperanza alguna y aunque sólo sea con el gesto. Oponerse a los opresores, oponerse a las sectas, oponerse a los fariseos. Allí donde está el poder político, ideológico, institucional, académico hay siempre acomodamiento y abyección.
En esta reflexión autobiográfica, Pereña recorre también, en síntesis, el trabajo teórico de sus libros, elucidación crítica de conceptos: culpa y pulsión, olvido e ignorancia, represión y denegación, interpretación y clínica, violencia y crueldad, soledad y pertenencia, repetición y diferencia... Conceptos en los que está en juego una idea del sujeto y del conflicto psíquico en la que este es irreductible y constitutivo de aquél, dimensión moral sin la que no existiría sujeto.
El autor es psicoanalista, y a lo largo del libro se vuelve frecuentemente al discurso psicoanalítico, más que como instrumento o metodología, como fuente de inspiración. La compasión es en su obra un concepto clave. Pereña recupera la idea griega de la compasión y define la clínica del sujeto como "clínica de la compasión". La clínica atiende la vulnerabilidad real del sujeto y no es posible sin sensibilidad por el que sufre, sea enfermo, oprimido, pobre o excluido. Reflexionando desde el margen, hace la crítica de unas prácticas terapéuticas, degradación de la clínica, que se mueven entre la avaricia desnuda y la abstracción teórica, con los pacientes en la trampa. Sería necesario recuperar la herencia crítica de Freud, confiscada por la maquinaria dogmática que ha mercantilizado el psicoanálisis.
Analizando un capitalismo que es hoy sólo barbarie y ante el cual el rechazo es un pronunciamiento moral básico, hay que recuperar también la herencia crítica de Marx. Marx como crítico, no como legislador del mundo es indispensable, no sólo para analizar el sistema de explotación, sino para entender lo que hace del sujeto y del vínculo social.
Termina, en el epílogo del libro, vuelto al momento presente, al ahora de las revueltas contra los tiranos en los países árabes y, en el Occidente en crisis, de las movilizaciones indignadas de los jóvenes contra la barbarie del sistema, que expresan el deseo emancipatorio y una voluntad de rechazo. Lectura para este tiempo de derrota, en el que la memoria es indispensable para rechazar un orden dado como eterno y descubrir en el presente, al modo de Benjamin, la "imprevisible oportunidad revolucionaria".
Fuente: Público
0 comentarios:
Publicar un comentario
Comente con respeto.