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domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuando luchar por la libertad del negro pasaba por la guerra de España

La colección iniciada por La Oficina y BAAM (Biblioteca Afro Americana Madrid) comienza por dos joyas, dos piezas que harán las delicias de muchos lectores, empezando por los estudiosos de la guerra de España y de la negritud en general: De Misisipi a Madrid, de James Yates y Escritos sobre España, de Langston Hughes.

No sólo los dos libros en sí constituyen dos joyas, sino también los prólogos que preceden a los dos textos: el de Hughes, escrito por Maribel Cruzado Soria, la mejor conocedora de la obra del literato en España, y el de Yates, escrito por la fotógrafa y escritora Mireía Sentís, creadora de BAAM, alma

mater de esta colección y sin lugar a dudas, la máxima autoridad sobre la cultura afroamericana que tenemos en nuestro país (no en vano tiene un libro imprescindible para los interesados en este campo: En el pico del Águila, Ardora ediciones, y multitud de artículos, estudios y reportajes). Esos prólogos informan y sitúan al lector ante las obras y los autores, dotándole de una serie de claves para entender la obra que viene a continuación, la época, la historia y el carácter de una cultura tan fascinante como desconocida para los españoles.

Los dos libros tienen caracteres comunes y elementos diferentes. Entre los caracteres comunes, obviamente, está el hecho de que los dos autores, afroamericanos, tienen el mismo ideal de toda su comunidad: conquistar su lugar en el mundo y luchar no sólo por su igualdad, sino por su dignidad. Miembros de una minoría oprimida, su literatura, su palabra, se emplea como un instrumento de liberación. Pero además, con sus libros, intentan aportar una visión enriquecedora al mundo. Quizás una más, la suya propia, pero tan válida como cualquier otra. En cuanto a lo común a los dos libros, que envuelve ambas experiencias literarias y que se desprende como un perfume rítmico desde sus primeras páginas, podríamos hablar de algo parecido al blues, una canción triste que hay que cantar con ritmo y fuerza, con alegría incluso de estar vivos. Además de las referencias directas que hace Langston Hughes, poeta que escribió muchos blues, en el libro de Yates se cita a cantantes como Bessie Smith, músicos como Luis Amstrong o Leadbelly –al que conoció personalmente- y composiciones famosas de la época que contaban esa emigración del sur hacia el norte de toda una generación de afroamericanos: Going North, de W. C. Handy, y I Got the Muscle Shoals Blues. Puede que sea un tópico o un lugar común –hablar de blues entre los afroamericanos es como hablar del flamenco entre los gitanos-, pero la verdad es que el pueblo negro recurría a la música como válvula de escape, como expresión de esa dura realidad, y mediante la música, mediante esos blues, transformaba en lo que podía su horizonte vital con belleza y ritmo.

Por supuesto, las diferencias entre los dos libros son grandes, a pesar de que su espinazo central, su acción principal, transcurre durante la guerra de España. El de Langston Hughes, que no fue concebido como tal por su autor, sino que es una recopilación de todos sus textos sobre la guerra de España –donde vino como corresponsal del Afro American de Batilmore, y otras publicaciones-, artículos, extractos de sus memorias y poemas, está perfectamente definido por ese título, Escritos sobre España, país al que el autor rinde un continuado homenaje de amor y reconocimiento en su lucha contra el fascismo. Hughes es un literato, un cronista con cultura y recursos, que además conoce el español de su etapa con su padre en México, lo cual constituye para él una gran ventaja sobre otros corresponsales extranjeros. Eso le faculta para mantener conversaciones con todo el mundo, para captar matices y significados que otros corresponsales no lograban. Hay en los artículos y textos de Hughes esa mezcla explosiva del hombre de cultura, del observador inquieto y reflexivo, del escritor que va más allá y encuentra elementos que incluso se le escapan al periodista y del negro acostumbrado a perder y sufrir que recurre al humor y al blues por no llorar. Todo eso hace que sea una verdadera delicia leer, setenta y cinco años después de que fueran escritas, esas crónicas sobre los bombardeos de Madrid en los que la tragedia no es que caigan las bombas fascistas, sino que no hay qué comer, en la que los relojes se han parado como si la ciudad entera estuviera suspendida en una burbuja temporal y las flores siguen naciendo fuera de sus tiestos, destrozados por la metralla de los obuses. Hughes conecta, también desde el estómago, con los madrileños asediados, y da pinceladas geniales sobre ese ambiente que se respira por las calles, en las trincheras, en los edificios oficiales, en los bares y en la residencia de la Alianza de los Escritores Antifascistas.

Una cosa sorprende quizá a quien no conozca la obra y la vida de Langston y es su tremenda empatía, su capacidad de relacionarse. Conecta y contacta, y además se hace amigo, de fotógrafos, periodistas y escritores como Henri Cartier-Bresson, Nicolás Guillén, Ernest Hemingway –que sin embargo nunca le cita a él-, Octavio Paz, Ilya Ehrenburg, Michael Kolsov, André Malraux, José Bergamín, Rafael Alberti, María Teresa León, León Felipe y un largo etcétera. Es ésta una constante que le acompañará toda la vida. Se puede decir que conoció a prácticamente todos los artistas de su generación, desde músicos (Duke Elllington, Cab Calloway) a pintores (Miguel Covarrubias, Salvador Dalí, Diego Rivera), escritores (Arthur Koestler, Alejo Carpentier) y hasta toreros como Sánchez Mejías. Esa manera de captar amigos le viene también por su profundo interés por temas muy variados. Habría que reseñar que es Hughes el primero en traducir a García Lorca al inglés, ayudado por Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre, y que los diversos idiomas que habla le sirven para profundizar en el estudio de las culturas con las que convive.

Y junto con esa capacidad de relación con los que podríamos denominar sus iguales, sus hermanos creativos, Hughes desarrolla una tierna empatía hacia sus iguales en el sufrimiento, se hermana con las víctimas. El humor que desprenden sus páginas asimismo las dota de una increíble humanidad. Como muestra un botón:

“La voluntad de vivir y de reír en Madrid es lo que asombra constantemente al que viene de fuera. En la casa donde me hospedo, en ocasiones la comida consiste en su mayor parte en pan y sopa de pan. Todo el mundo se aprieta el cinturón y sonríe, y a buen seguro no faltará quien repita cordialmente el viejo dicho español: ‘pan con pan, comida de tontos’. Dicho lo cual, todos rompemos a reír”.

Langston tiene una gran movilidad en los años en los que cubre la guerra de España como corresponsal. Entra y sale de las trincheras (destacable el artículo sobre el turismo revolucionario de intelectuales que visitaban los frentes), soporta bombardeos en Madrid y Barcelona, viaja varias veces al frente a conocer a los afroamericanos de la Brigada Lincoln, escucha discos de jazz y de blues que ha traído con él desde América a través de Francia –discos que dejará a sus amigos en Madrid como antídoto contra la música de los obuses- y en fin, se mueve dentro del campo republicano para ofrecer una visión cercana y solidaria a los lectores de los periódicos para los que trabajaba. Quizá, en esta edición en español, alguien puede pensar que se repiten algunos pasajes entre los artículos y los capítulos de sus memorias, pero siempre se puede aducir que las memorias aportan un grado más de reflexión que el artículo, más rápido, no recoge. También los poemas, militantes y comprometidos de Hughes que el libro recopila, ofrecen otro punto de vista, otro registro que completa esta visión de un negro en la guerra civil española. Lo curioso es que tanto en sus entrevistas a brigadistas negros como en sus memorias o artículos, coincide con el otro autor publicado, James Yates: en España, en ese momento tan trágico y difícil, luchando por lo que creían, por primera vez, una generación de afroamericanos se sintió libre.

Esa es una de las conclusiones de James Yates, en su libro De Misisipi a Madrid, segundo de los títulos de la colección iniciada por La Oficina y BAAM. No se le puede exigir a Yates el nivel literario y cultural de Hughes, pero a cambio, ese libro autobiográfico tiene varios hallazgos que lo hacen único. Para empezar el título es una definición. En esas páginas se resume su viaje vital, el viaje vital de toda una serie de afroamericanos que emigraron en los primeros años del siglo XX de un sur de Estados Unidos aún bajo las marcas y señales de la esclavitud, hacia un norte (Chicago, Nueva York) que les ofrecía más oportunidades. En el caso de Yates, ese viaje al sur de arriba, como decían los negros, tiene un hito en la experiencia española. Porque aunque Yates regrese, como el resto de afroamericanos y brigadistas a su país, tras la experiencia de la guerra española, ya nada será lo mismo.

En las primeras páginas, cuando la narración se centra en Misisipi, uno de esos hallazgos lo constituye una profecía de un maestro de Yates que en 1913 les anuncia que “En menos de cien años –dijo un día, con tanta convicción que quise mirar por encima de mi hombro para ver si el sheriff estaba escuchando- Tendremos un presidente negro de los Estados Unidos de América. ¡Llegará un día en que los negros votaremos en todo Misisipi! Los negros y los blancos pobres se unirán y votarán a su gente para que gobierne. ¡De verdad! Acordaos de lo que os digo y preparaos. No quiero quejas cuando os mando estudiar”.

La vida de James Yates es la un héroe invisible, de esos con los que está hecha la historia. Por resumir brevemente ese viaje vital, Yates, con 17 años, emprende un recorrido en ferrocarril desde su Quitman natal, en Misisipi, al norte, a Chicago. Allí, además de la fascinación por la ciudad en la que se podía beber de las fuentes públicas junto a los blancos u ocupar un asiento no segregado en los transportes públicos, encuentra varios empleos y acaba de camarero de ferrocarriles, un trabajo desempeñado a menudo por afroamericanos emigrantes del sur. Es un mundo que sigue siendo de los blancos, pero donde las secuelas más duras del racismo están limadas: los negros pueden aspirar a tener una vivienda, aunque sea en el extrarradio, en barrios-guetos, e incluso poseer un automóvil.

Todo parece ir bien para Yates, que descubre la fuerza de los sindicatos, donde empieza a tener un pequeño papel –lo suficiente para que cuando llegue la depresión de los años 30 sea despedido junto con otros miles-, mientras se casa y comienza a formar una familia: nace su hija y su mujer encuentra empleo, no como maestra, sino como criada. Pero los malos tiempos llegan con el crack de la bolsa y la pérdida de su empleo. Yates se aleja de su familia y tiene que trasladarse a Nueva York para buscar trabajo. Los tiempos, definitivamente, han cambiado para mal y no sólo para él, sino para miles de obreros que atiborran las colas buscando una colocación, una sopa o algún alimento y que, desahuciados de sus casas duermen en los parques y deambulan como zombis en un mundo donde no tienen lugar. (¿Les suena de algo esto?).

En esa espiral destructiva en la que se sume, Yates es rescatado por un hombre, el pintor Alonzo Watson, que le lleva a su casa y que consigue que milite en los movimientos de protesta contra la situación. Por eso no es extraño que Yates acabe enrolado en las brigadas internacionales –una iniciativa del partido comunista- camino de la guerra de España, aunque un poco más tarde que su amigo Watson. Precisamente cuando llega a España, tras cruzar los Pirineos –donde, por cierto, tiene que abandonar los libros que lleva y sólo salva uno de Langston Hughes- se encontrará con que su mejor amigo ha sido el primer afroamericano en caer en la batalla del Jarama.

A ese primer mazazo le seguirán los avatares de la guerra, donde Yates es destinado como conductor a variadas misiones, alejado de la Brigada Lincoln. Una, en la que pasa más tiempo, es como conductor de aprovisionamiento y municiones de la alemana Brigada Thaelmann, aunque también viaja a Barcelona con un equipo médico y lleva al frente de Teruel a periodistas como Herbert Matthews, del New York Times, Ernest Hemingway, y el propio Langston Hughes. Es éste un curioso encuentro entre dos afroamericanos en el infierno de la guerra. Hughes no lo escribirá, mientras que el momento sí es destacado por Yates, que llega a dejarle su capote para combatir el frío.

Yates ha participado en la batalla de Brunete, ha vivido las consecuencias de los raids aéreos sobre Madrid y se ha jugado la vida en las carreteras españolas. Un avión bombardea su camión en el levante y él resulta gravemente herido. Pasa varios meses en el hospital y, en 1938, con el resto de los brigadistas, regresa a Estados Unidos. Allí la realidad le golpeará con más dureza que las bombas fascistas. En Manhattan, la primera noche, él y todos sus compañeros se van de un hotel que no permite el alojamiento de negros. A partir de ese momento, y con el breve paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, Yates militará en organizaciones por los derechos humanos, sufrirá como el resto de los veteranos de la Lincoln la presión y persecución del FBI, a pesar de que la inmensa mayoría habían dejado de ser comunistas. Vive en Manhattan de una tienda de reparación de radios y televisores que monta, ya que nadie, por sus antecedentes, le da un empleo. En la última parte de su vida escribe De Misisipi a Madrid, el libro donde palpita su vida, la vida de un superviviente, su viaje vital hacia la libertad y la dignidad, que en un momento dado, pasó por España y su guerra civil.

Independientemente de sus valores literarios o de crónica, hay que poner de manifiesto la actualidad de su lucha, de la necesidad de ideales, de apostar siempre por la pulsión del ser humano menos egoísta y que más nos acerque a los demás, en un ejercicio de libertad y de dignidad, valores hoy más necesarios que nunca. Yates fue un hombre que estuvo siempre en el filo de la navaja, pero que tuvo el coraje de actuar. A lo largo de su vida se dio cuenta de que le faltaba la cultura, la educación, lo que le hacía elevarse, y a eso se dedicó. Pero tuvo que pagar un coste, algo que se aprecia entre líneas en el texto. Su precio fue la familia, su sacrificio le llevó a ser un desarraigado. La vida, de alguna manera, le endureció y le hizo un ser solitario. Me lo imagino en sus pocos momentos de gloria. Uno de ellos, sin duda, tuvo lugar en la soledad de aquella pequeña tienda de Manhattan donde reparaba radios, cuando oyó, en los años setenta, que el estado de Misisipi había abolido la segregación. Esa emoción le puso, sin duda, lágrimas en los ojos. La vida de James Yates, como la de esos millones de seres anónimos, está hecha de esos flashes, minutos de felicidad y años de soledad y silencio, de angustia y de lucha.

Yates volvió a España en dos ocasiones, en 1971, antes de la muerte de Franco, y en 1986, cuando los brigadistas veteranos fueron recibidos en el Congreso de los Diputados en un baño de emociones para celebrar el 50 aniversario de la llegada de las brigadas. Yates ya había escrito el libro, pero allí le puso el epílogo, que acaba con el reconocimiento a Oliver Law, muerto en Brunete, el primer afroamericano en comandar una unidad de blancos en la historia de los Estados Unidos. Y nada mejor para terminar que unas palabras de Tom Page que trascribe Yates:

“Recuerdo cómo a veces un pueblo entero acudía a verme cuando sabían que había llegado un negro. España fue el primer lugar donde me sentí libre. Si no le gustabas a alguien, te lo decía a la cara. No tenía nada que ver con el color de tu piel”.

BAAM publicará dos libros al año y cubrirá géneros tan dispares como ensayo, historia, novela, autobiografía… siempre con el mismo fin: ir cubriendo los diferentes períodos de la historia negra en los Estados Unidos, contados por los propios afroamericanos. Los prólogos contextualizarán históricamente los textos elegidos. BAAM también inaugura una biblioteca de consulta sobre esa cultura en el madrileño barrio de Lavapiés. En suma, la aparición de estos dos libros y de BAAM es una buena noticia para el mundo de la cultura, o mejor dicho, de las culturas.

Fuente: Fronterad

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