Rajoy estuvo 2384 días en el Gobierno

sábado, 20 de agosto de 2011

Cabreado por el rey

Sabía yo que no terminaba el mes sin que fuera usted el que me cabreara a mí. Que no, majestad. Que no ha entendido usted nada, como siempre. Que es al revés. Yo soy el cabreador y usted el cabreado. A ver si nos entendemos, su alteza, que al próximo desliz el director nos rescinde el contrato y a ver con qué pagamos los yates.

Leyó usted muy bien el discurso ante el papa. Un discurso inocuo (porque no dice nada) e inicuo (por lo que no dice: abuso infantil). Pero eso, por sólito, no me cabreó.


Fue al final. Se le escapó a usted, supongo que con el subidón de incienso, una frase terrible: “Os reitero la más afectuosa y cordial bienvenida en nombre de la reina y en el mío propio, así como en nombre del pueblo español”.

Yo soy pueblo y le prohíbo terminantemente hablar en mi nombre, majestad. No solo ante el papa. Se lo prohíbo ante cualquier dignatario, indignatario, persona, animal o cosa. Hablar en mi nombre es peor que coartar mi libertad de expresión. Es prostituir en boca ajena mi palabra, mi pensamiento, mi amoralidad. Es soñar mis dulces pesadillas. Es dejarme sin ideas para ponerme las suyas, que no me gustan ni cuando no las tiene. Y, lo que es peor, es estropearme el estilo, majestad, con lo difícil que es hacerse un estilo. Salvo cuando asisto a orgías, lucho siempre porque mi forma de expresarme no sea idéntica a la de ningún grupo, colectivo, partido, masa, rebaño o sindicato.

Yo no voy diciendo por los bares, en su nombre, que las piernas de las vedettes no eran interminables, sino que confluían finalmente en un humedal. Sería putrefaccionar su dignidad, sus pasiones, sus dulzuras y su lencería espiritual. Yo no quiero hacerle eso, su alteza. Ni a usted ni a nadie.

Supongo que le ha quedado claro. No lo vuelva a repetir. Ahora vamos a ponernos otra vez a la faena, majestad, a ver si mañana es usted, por fin, el que termina cabreado. Que nos echan.

Fuente: Público

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