En Estocolmo hay un monumento que se llama “La Mano”; así, en español. Es una escultura de granito de cuatro metros de altura situada en Södermalm, una de las 14 islas que forman la capital de Suecia. Fue erigida en 1977 por la Svenska Spanienfrivilligas kamratförening (Asociación de los Voluntarios Suecos de España) con el propósito de homenajear a los brigadistas suecos que murieron en la Guerra Civil española.
El Primero de Mayo de 1978 empezó una tradición, la de reunirse enfrente del monumento, que perdura hasta hoy. Dado que la asociación se disolvió en 1994, desde entonces es la Confederación de Sindicatos Suecos (LO, una organización muy poderosa en Suecia) quien organiza el acto, por lo que la presencia se ha diversificado. Además de sindicalistas, acostumbran a estar presentes entre otros simpatizantes del miembros Partido Socialdemócrata, del Vänsterpartiet y, por supuesto, miembros de la Svenska Spanienfrivilligas Vänner (Asociación de Amigos de los Voluntarios suecos de España), una entidad fundada en 2002 con el objetivo de mantener viva la memoria de los brigadistas.
Esto es lo que hacen todos los que cada Primero de Mayo se reúnen delante de “La Mano”, empezar la celebración del Día del Trabajador recordando a los brigadistas. Hacen honor al texto que está grabado en la base del monumento:
“De los 500 suecos que en los años 1936-38 lucharon por la democracia en España, un tercio murió. Lo dieron todo en Madrid, Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel, Aragón, el Ebro. Caminante: detente, recuérdales con orgullo.”
Según los estudios más recientes, en realidad fueron cerca de 600 los que se marcharon a España para unirse a las Brigadas Internacionales. Uno de estos estudios es la tesis doctoral del historiador Benito Peix Geldart (“Relaciones políticas y diplomáticas entre España y Suecia de 1931 a 1939”, 2013). Casi todos pertenecían al movimiento obrero, muchos eran comunistas. Se marcharon a España clandestinamente ya que el gobierno sueco, firmante del Pacto de no intervención, lo prohibía bajo una pena de seis meses de prisión. A pesar de ello, cuando a finales de 1938 regresaron al país, los brigadistas gozaron de un enorme apoyo popular y el gobierno abolió la ley.
El mayor grupo de brigadistas llegó la noche del 7 de diciembre de 1938 a Malmö, donde les recibieron unas 10.000 personas, según recoge el periódico Social-Demokraten. A la capital, Estocolmo, llegaron cuatro días más tarde. En la estación de tren de la capital les esperaban unas 8.000 personas, entre las que estaban la embajadora Isabel Oyarzábal de Palencia y el senador Georg Branting, presidente del Comité de Ayuda en España e hijo de un antiguo primer ministro sueco. Peix Geldart recoge parte del discurso que el líder socialdemócrata Zeth Höglund realizó en aquella ocasión: “Han honrado el nombre de Suecia, han honrado a su clase, la clase trabajadora, y han honrado a la democracia. Y por esta hazaña, nosotros les hemos amenazado con pena de prisión mediante una ley que nos fue impuesta por la política de no intervención”.
En 1939 los brigadistas suecos se organizaron y crearon la Federación Sueca de Luchadores del Frente (Svenska Frontkämpeförbundet), pero durante la Segunda Guerra Mundial perdieron el contacto. A principios de los años cincuenta se reorganizaron y fundaron la mencionada Asociación de los Voluntarios Suecos de España. Esta fue la organización que propuso al Ayuntamiento de Estocolmo, por medio del Partido Comunista sueco, la instalación de una escultura para homenajear a los brigadistas. Como emplazamiento escogieron un parterre de Katarinavägen, una calle de la isla de Södermalm, por aquel entonces el tradicional barrio obrero, hoy el barrio de moda. Iniciaron una colecta para reunir el dinero necesario y convocaron un concurso de proyectos. El ganador fue Liss Eriksson, un escultor sueco que, según explica su hija, la fotógrafa Ann Eriksson, empezó a interesarse por España a través de su amistad con el escultor zamorano Baltasar Lobo, a quien conoció en los años 30 en París.
Al final, los socialdemócratas instaron al Ayuntamiento a sufragar los gastos de la instalación del monumento, por lo que la asociación decidió entonces repartir el dinero recaudado, 165.000 coronas de la época (unos 75.000 euros actuales), entre el PSOE y el PCE a partes iguales. El monumento fue inaugurado el 11 de junio de 1977.
Aquí es cuando empezó la tradición de reunirse delante de La Mano cada año para recordar a los brigadistas muertos. “Daba igual si nevaba” explica Folke Olsson, antiguo secretario de la asociación. Nacido en Göteborg en 1929, Olsson pertenece a una generación posterior a la de los brigadistas pero siempre se ha sentido unido a la misma causa: “Mi madre era comunista y ayudó a muchos brigadistas a llegar a España. Göteborg es una ciudad portuaria y los voluntarios a menudo tenían que esperar varios días para coger un barco, por lo que se hospedaban en nuestra casa. Estaban a escondidas, no podían salir durante el día. Yo era un niño, tenía que estar callado y mantenerlo en secreto, lo que provocó que me involucrara y que me sintiera uno de ellos. En mi familia éramos pobres, muy pobres. Cuando yo, por ejemplo, no me quería comer la comida, mi madre me decía: piensa en los niños de España, ellos no tienen nada para comer”. Folke Olsson es hoy un jubilado que vive en las afueras de Estocolmo. Mantiene el interés por España que le inculcó su madre y, de algún modo, podría decirse que se lo ha traspasado a su hija, la cual vive en España y le informa regularmente de la evolución de la política española.
Al disolverse la asociación, en 1994, sus miembros realizaron un último acto delante del monumento. Así lo describe un artículo del periódico sueco Expressen, fechado el 11 de junio: “Ayer se reunieron alrededor del monumento La Mano los pocos brigadistas suecos que aún viven”. El periodista que firma el texto, Lars Lundkvist, recoge un fragmento del discurso que hizo el último presidente de la Asociación, Per Eriksson: “Las democracias del mundo traicionaron al pueblo español, la Europa democrática no se dio cuenta de que lo que pasaba en España era el preludio de una nueva guerra mundial”. El último brigadista sueco, Ernst Larsson, murió en noviembre de 2009.
Las vidas de tres de ellos aparecen reflejadas en el libro Överlevarna (Los supervivientes), que Kerstin Ekström publicó en 2011 en Suecia (aún no ha encontrado a ninguna editorial interesada en hacerlo en España). A lo largo de 20 años esta fotógrafa sueca entrevistó y retrató a cerca de cuarenta “supervivientes” de la Guerra Civil Española. Cada capítulo es una vida sintetizada en tres o cuatro páginas mediante un relato en primera persona, un resumen de las largas conversaciones que Ekström mantuvo con ellos. El libro empieza con un prólogo de Ian Gibson y termina con un capítulo dedicado a Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. A parte de los brigadistas suecos, el libro incluye a personajes como el poeta Marcos Ana, el médico Moisès Broggi o el exsecretario general de CCOO, Marcelino Camacho. Otros son menos conocidos, por ejemplo Maria Sans Moya: en 1936, con 17 años, se ofreció voluntaria para trabajar de enfermera en un hospital de Mataró, su ciudad. Allí coincidió con Hemingway (quien, por cierto, se cree que se inspiró en ella para crear a uno de los personajes de Por quién doblan las campanas) y sobre todo con Stig Berggren, un brigadista sueco del que se enamoró. A principios de 1939 Stig regresó a Suecia con la idea de que Maria viajara más tarde y se casara con él en el país escandinavo. Pero no fue posible. Sus vidas transcurrieron separadas y cada uno formó su familia. No se volvieron a ver hasta 40 años después.
¿Cómo termina una sueca como Kerstin Ekström dedicando dos décadas a escribir un libro sobre la Guerra Civil Española? Nacida en Malmö en 1952, estudió danza y se marchó a Madrid en 1975 con un contrato de bailarina. Trabajó en el ballet de Gino Landi y también en el de Alberto Portillo, aprendió el idioma y empezó a interesarse por la fotografía. Según cuenta ella misma, “vivir en España cuando murió Franco fue una gran experiencia, en la calle se respiraba una explosión social y cultural”. Un día, estando en el sur de Francia, conoció por casualidad a un exiliado español. “Este señor fue mi impulsor, así es como empecé a estudiar la Guerra Civil española”, recuerda Ekström. “Luego”, continúa, ”cuando regresé a Suecia fui a un Primero de Mayo en La Mano y conocí a Per Eriksson, que entonces era el presidente de la asociación de los brigadistas, y me dijo ‘¿No conoces a Stig Berggren?’ Y fui a conocerle y le entrevisté. Le pregunté ‘¿qué es lo que más te impactó de la guerra?’ Y me dijo ‘Encontré el amor de mi vida’. ‘¿Cómo se llama?’ ‘Maria, Maria Sans, vive en Mataró’. Entonces yo fui a Mataró, conocí a Maria, me contó la historia, luego conocí a más gente, y bueno, ya fue una cadena... Cuanto más sabes de algo, más te das cuenta de lo poco que sabes”.
Fuente: Público
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