Recién terminada la guerra, en el verano de 1939, José Pradal, delineante del ayuntamiento de Madrid, acudió caminando a su oficina, que se encontraba en el interior del parque del Retiro (Madrid). En su camino, José se encontró a un grupo de obreros tratanto de destruir el busto de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, para emplear la piedra en la valla del Retiro que se estaba construyendo a lo largo de la actual calle de Menéndez y Pelayo. Tras conversar con varios obreros y comprobar afinidad socialista en varios de ellos, José convenció al trabajador que arremetía con su maza sobre la nariz de Pablo Iglesias.
“Esta es una piedra demasiado dura. Mejor es que vayas destruyendo esos grandes bloques”, persuadió el delineante. El obrero aceptó. Aún tenía que destruir los restos del monumento a Pablo Iglesias, levantado en el parque del Oeste por acuerdo del ayuntamiento de Madrid en 1936 y dinamitado tras terminar la Guerra Civil.
Caída la noche y con la ayuda de dos de estos obreros, José Pradal llevó el busto de Pablo Iglesias a uno de los numerosos jardines del Retiro. Juntos, excavaron un agujero en una zona donde él sabía que pronto quedaría sepultada por nuevas obras. Anotó las coordenadas en un plano general de lo que hoy son los jardines de Cecilio Rodríguez. Marcó una cruz de San Andrés con tinta roja. A once metros de este punto (un edificio) y a cinco de este otro (un seto).
“Hubo gente que se jugó la vida por salvar a otras personas. En este caso José se la jugaba por proteger una obra de arte. Un busto de Pablo Iglesias. Una muestra de lealtad a sus principios ideológicos”, analiza hoy su sobrina nieta Gemma Pradal a Público, quien recoge esta historia familiar en la obra Gabriel Padral,1891-1965.
José Pradal guardó el mapa como si de un tesoro se tratara, aunque sabía que debía deshacerse pronto de él ya que su tenencia era una prueba irrefutable para ser sometido a la Justicia del régimen. 17 años después, en 1957, consciente del peligro que entrañaba para él y su familia, José viajó hasta Toulouse (Francia) para reunirse con su hermano Gabriel, quien permanecía en el exilio francés por haber sido diputado socialista por la provincia de Almería.
En este primer reencuentro familiar, José entregó el mapa a su hermano, quien lo guardó hasta su lecho de muerte cuando se lo entregó a sus hijos Mercedes y Carlos Pradal bajo la consigna de desenterrar el busto cuando la democracia se reinstaurara en España. Porque Franco debía morir algún día.
El hallazgo
El día llegó. Pero no fue hasta 1979 cuando la familia Pradal se puso en contacto con Alfonso Guerra, recién llegado a la vicesecretaría general del PSOE, para tratar de desenterrar el busto de Pablo Iglesias y de recuperar un trozo de la memoria perdida bajo los cuarenta años de dictadura.
“Tras una larga batalla con el ayuntamiento se consiguieron los permisos para realizar las excavaciones. Estuvieron trabajando unos días, pero no daban con el sitio. La zona había sufrido remodelaciones desde que José hizo el mapa. Después de varios días, quizá una semana, un obrero chocó contra algo duro. Efectivamente, allí estaba el busto de Pablo Iglesias”, recuerda Gemma Pradal.
A las cinco de la tarde del 7 de febrero de 1979, el busto del fundador del PSOE estaba nuevamente en pie, con la cara rota de dos mazazos. El PSOE y la familia pensó en restaurarlo. Guerra zanjó el debate con la frase: “Es mejor no restaurar, porque estos dos mazazos también son historia de España”, como refleja la edición de El País, del 8 de febrero de 1979.
El busto preside actualmente la sede del PSOE de Ferraz. El fundador del partido se salvó de la destrucción de la dictadura gracias a la valentía de un delineante y dos obreros con pasado en la UGT. Ni siquiera la mujer y la hija de José Pradal conocían el secreto de los hermanos Pradal.
“Recuerdo el día perfectamente. Teníamos mucha ansiedad por si ya no estaba allí. José custodió el busto durante toda su trayectoria laboral. Se la jugó y supo hacerlo bien”, concluye Gemma Pradal.
Fuente: Público
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