Rajoy estuvo 2384 días en el Gobierno

jueves, 14 de abril de 2011

Solo la tricolor

A la República, como a la guapa del baile, nadie la quiso por sí, sino por su belleza y prestigio, exhibibles como trofeo. Murió asesinada por la estantigua de Franco, pero el tumor fascista actuó sobre un cuerpo ya debilitado, ya malherido en la pugna de cuantos dijeron protegerlo por secuestrarlo y obligarlo a servir a sus particulares fines. Estatutos de autonomía, revoluciones diversas.


La República era sólo un trampolín, un instrumento, y perdió las dos guerras civiles en las que participó: la que la enfrentó al fascio y la que la enfrentó a sí misma, a sus ingratos compañeros de cárcel.

Hoy, 14 de abril, varias manifestaciones recorrerán las calles para conmemorar la proclamación de la Segunda República y exigir la de la Tercera. Serán, probablemente, algo más concurridas que las de otros años: bien conocido es el poder movilizador de los aniversarios y este es el octogésimo.

Pero seguirán siendo pequeñas, y ello servirá a sus enemigos como argumento pretendidamente demostrador del escaso apoyo social del republicanismo y del vigor de la monarquía, tan campechana y tal. Ignorarán adrede, claro, el hecho de que muchísimos republicanos sinceros se quedarán en sus casas. Algunos lo harán por pereza, desconocimiento o desesperanza. Otros, en cambio, conociendo las convocatorias y queriendo ir, se abstendrán de hacerlo, y se limitarán a agarrar la tricolor -qué bonita es- y a colgarla en el balcón de su casa porque ahí, al menos, se verá limpia, sola, fuerte, libre, y no ahogada en un mar de banderas rojas, que estos abstencionarios no sienten como suyas y bajo las cuales no quieren cobijarse.

Yo, nada tengo en contra de las banderas rojas. Representan una dignísima historia de lucha a cuyos mártires todos debemos estar infinitamente agradecidos, porque por nuestro bienestar murieron. Pero el 14 de abril no es su día. El 14 de abril es el día de la tricolor, enseña que, nos guste o no, cuando sea la oficial de España y para que lo sea, ha de tener vocación de ser la de todos, vengan de donde vengan, sin suplementos que impongan un peaje ideológico.

El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y el hombre de izquierdas tiende a hacerlo con una frecuencia sorprendente. Hoy, como en 1936, la República sigue perdiendo la guerra contra sí misma. Necesaria, imprescindible, inevitable, llegará algún día, pero sus más activos defensores ralentizan irresponsablemente el proceso a golpe de sectarismo. El Borbón puede estar tranquilísimo.

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